lunes, noviembre 28, 2005

El show novembrino

“Sin dignidad no hay patriotismo”. Eugenio María Hostos.

El ser humano ha vivido durante miles de años no sólo esclavo de las cadenas materiales sino también esclavo de conceptos huecos o que se van huequeando con el transcurrir del tiempo. Son conceptos trillados como patriotismo, liberalismo, nacionalismo, socialismo, fascismo, cristianismo, islamismo y otros ismos estúpidos que han servido de pretexto a sus adeptos para cometer o permitir que se cometan crímenes, guerras, holocaustos, genocidios, etnocidios y otras monstruosidades que han llenado y siguen llenando de luto y dolor a la humanidad porque, a estas alturas, no se ha entendido o no se ha querido entender que el que mata en nombre de un ismo (como el catolicismo) no es menos criminal que el que mata en nombre de otro ismo (como el islamismo).

En nuestra época, el patriotismo —ese sopor que algún día embargara nuestros corazones primitivos— es el credo en cuyo nombre los jerarcas de las grandes potencias comenten abominables crímenes. Pero también sirve a los gobernantes nativos para distraer a las masas y a los gobernados/privilegiados para justificar su inutilidad y su falta de compromiso para cambiar los pensamientos y los comportamientos que han convertido a estos conceptos en abstractas entelequias que sirven de sostén a ritos y mitos ridículos que dicen más de nuestra estupidez, de nuestra falta de entendimiento, que de nuestro fementido y exhibicionista patriotismo.

El patriotismo, para que sea verdadero, tiene que ser sinónimo de humanismo. Sinónimo de amor salvaje y desmesurado por todas las cosas materiales o espirituales que forman parte del terruño patrio. Sinónimo de solidaridad con todos los que sufren dentro y fuera de las fronteras nacionales. Sinónimo de dignidad interna y externa. Sinónimo de cambio sin llegar al fango de la alienación. Sinónimo de crítica y autocrítica para que la historia patria sea un reflejo de la realidad de los hechos y no un guacho de leyendas negras o doradas (como las que tanto abundan en nuestros textos escolares). El patriotismo es sueño y compromiso de ser mejores ciudadanos para que la patria también llegue a ser un mejor país para todos los panameños. ¡Pero qué lejos estamos los panameños de practicar un auténtico patriotismo que dignifique a la patria y que nos dignifique a nosotros mismos!

Entiendo que por falta de madurez, por falta de entendimiento, en un pasado ignominioso hayamos rendido culto a los “símbolos patrios” y que como muñecos de cuerda hayamos marchado llenos de fervor a la zaga del estruendo maligno que producen los tambores y cornetas que en el siglo pasado, en el Panamá colombiano, servían para anunciar la victoria de hermanos sobre hermanos. Sin embargo, no entiendo cómo a estas alturas los universitarios, para citar un ejemplo, no hemos sido capaces de rebelarnos en contra de ridículo circo novembrino que supuestamente nos sirve de pretexto año tras año para rendirle homenaje a la patria. ¿Esto es patriotismo o ramplona bellaquería? ¿Es patriotismo permitir que en nombre de la patria los niños y los jóvenes se conviertan en emuladores de nuestros comportamientos estériles y ritualistas con los que supuestamente rendimos honor a la patria?

Yo siento que con estas celebraciones novembrinas los panameños hacemos gala de cinismo inaudito porque en el fondo sabemos tanto sobre estas fechas patrias, históricamente hablando, como podríamos saber del lenguaje de los pájaros. Pero no es menos cierto que durante todo el año nos la pasamos desgreñando a la patria o permitiendo que otros lo hagan. La patria está desgreñada. Cada quien la desgreña a su manera. Pero nadie se siente responsable de estas transgresiones que se cometen en su perjuicio. Cada quien se siente el más noble y excelso patriota y merecedor de la más alta distinción que se otorgue en nombre de ella. Pero bueno es que nos preguntemos, sin buscar chivos expiatorios, qué hemos hecho o qué hacemos los universitarios chiricanos —docentes, estudiantes y administrativos— por la patria chica y por la patria grande.

¿Acaso sembramos flores o hacemos jornadas de limpieza para mejorar la deprimente imagen de nuestra Universidad? ¿Acaso peleamos como perra parida cuando el gobierno o los particulares establecen basureros por doquier, cuando se tiran contaminantes a las aguas, cuando se talan los manglares o cuando se privatizan nuestras playas? ¿Acaso decimos algo cuando estos crímenes los comete nuestro gobierno o nuestro partido? ¿Acaso hemos sido capaces de llevar la universidad a la misma comunidad que con sus impuestos paga nuestros salarios?

¿Acaso hemos sido los universitarios la voz de los que no tienen voz? ¿Acaso hemos compartido una milésima de nuestros salarios con la gente más humilde y necesitada? ¿Acaso nos ha importado con los problemas de los obreros y campesinos de nuestra provincia o del resto del país? ¿Acaso hemos intentado enseñar a leer y escribir a aquellos que no saben hacerlo? ¿Qué hemos enseñado año tras año a nuestros alumnos? ¿Rebeldía o sumisión? ¿Moralidad o inmoralidad? ¿Acaso no somos de los que firmamos la lista de asistencia y nos vamos para la casa? ¿Acaso no somos los genios que exigimos estudio a los estudiantes pero nosotros mismos no lo hacemos? ¿Acaso nos somos cómplices de la corrupción que ha tenido a nuestra universidad al borde del colapso? ¿Acaso no hemos sido cobardes a la hora de luchar por nuestros derechos y por el derecho que tienen las actuales y futuras generaciones de educarse en las universidades públicas en las mismas condiciones de oportunidad en que lo hemos hecho nosotros?

¿Acaso no hemos llegado al extremo de subirles la matrícula a los estudiantes de Formación Diversificada para que nosotros, los docentes, sigamos cobrando el bienal, las reclasificaciones y otros privilegios? ¿Esto es patriotismo? ¡Qué lindo patriotismo! Yo me imagino que todos los docentes que a diario pasan al lado de los trabajadores manuales, de los barrenderos y barrenderas, sin hablarles, se sentirán muy bien desfilando entogados por las principales calles de la ciudad para rendirle honor a la patria. Pero yo, no. Sinceramente, no. No creo que la patria nos eche de menos ni que el pueblo al que despreciamos nos vaya a hacer calle de honor. La prueba de que lo que hacemos es fútil es que después de cien años de monerías patrioteras la patria está cada vez peor en lo material y lo espiritual. Creo con toda honestidad que en vez de festejar, como lo hemos hecho siempre, debemos rezar o realizar algún otro tipo de expiación para rendirle un auténtico homenaje a la patria que durante casi un siglo sido objeto de nuestras farsas patrioteras.

L. Ronald Hubbard ha escrito: “No merece la pena luchar por ninguna causa a menos que incluya justicia para todos”. ¿Este trasnochado patriotismo nuestro está preocupado por la justicia para todos los panameños y para todos los hombres que habitan la tierra? ¡No, no, no! Pocos lugares hay en el mundo donde la justicia sea menos mencionada que en nuestra flamante universidad (UNACHI) y pocos lugares hay también donde la gente encorbatada languidezca, sin pena ni gloria, en la tautología docente o en la improductividad de los menesteres burocráticos. ¡Y qué no decir de la falta de compromiso! ¡Y del oportunismo y la politiquería barata convertida en ideología o en filosofía de la historia o de los procesos andragógicos!

Si hay un lugar en este país donde se hace más visible la falta de probidad y de patriotismo, ese lugar es esta isla de fantasías y de promiscuidades que se llama la UNACHI. Este es el lugar donde se premia la traición. Donde se premia la incompetencia. Donde los títulos hacen de prefijos y sufijos de los nombres que nada nos dicen de la ciencia o de la cultura. Donde la rebeldía se aplaca o la lealtad se paga con un puestecito burocrático. Donde no se escucha un ¡ay! por los embargos comerciales o por las bombas que caen sobre otros pueblos inermes. Donde uno de los negocios más boyante son los centros de fotocopiados (piratería) de las obras ajenas. Donde no hay foros literarios ni para discutir los problemas nacionales o internacionales. Donde no hay marchas (excepto las del presupuesto) ni piqueteos. Donde no se producen libros ni ideas. Donde los profesores, exceptuando lo que haya que exceptuar, hacen de tiranos o de muñecos a través de los cuales hablan los ventrílocuos de las ideas caducas —religiosas y políticas— que han servido y siguen sirviendo para idiotizar y esclavizar a la humanidad.

Este es el lugar donde los salones de clase, capillas y cafeterías hacen de garitos donde estudiantes de ambos sexos se esquilman los mismos centavos que no asignan a su propia educación o alimentación. Este es el lugar donde la gente que ocupa puesto “distinguido” destruye el mobiliario con total impunidad. Donde los profesores y estudiantes se sientan, acuestan, arrochan y hasta fornican en los destartalados y mugrosos pupitres que supuestamente sirven a los docentes para dar sus clases. Este es el lugar donde los “estudiantes” gritan como gatos de agua a la hora de defecar. Este es el lugar donde está prohibido fumar, pero donde todo mundo fuma. Este es el lugar donde, por cualquier motivo, la gente —en vez de sembrar ideas— siembra globos, banderitas o cualquier bobería. Este es el lugar donde los estudiantes pueden vestirse como ñorros, como meñas o como si estuvieran en una playa. Este es el lugar, en fin, donde todo mundo hace lo que le da la gana y donde el bueno hace de malo y el malo de bueno. ¡Este es un show inenarrable! ¡Este es un show que deja mucho que desear de nosotros mismos y que nos da muy pocos motivos reales para salir, año tras año, detrás de un tambor de hojalata made in Taiwán para convencer a la gente de que somos unos grandes y meritorios patriotas!

A la patria, señores míos, no se le rinde tributo con estandartes, banderas, cornetas, tambores, maromeros o con títulos académicos ni mucho menos con cuadros de honor. A la patria se le rinde tributo con acciones altruistas y nobles. A la patria no se le rinde tributo efectivo en las calles sino en la trinchera donde nos encontremos. ¡Pobres de aquellos que a la patria —como a los muertos, al padre, a la madre, a la amistad y otros— quieren dedicarle unos cuantos días al año cuando a ésta debemos tributo irrestricto las veinticuatro horas de cada uno de los trescientos sesenta y cinco días del año! Entonces, ¿qué diablos es el patriotismo? El patriotismo es hacer bien lo que nos corresponda hacer, no importa dónde nos encontremos. Si no lo hacemos, hay fundamento para creer que así como en siglos pasados la religión hacía de opio de los pueblos, en la actualidad —sin exageraciones— es el patrioterismo el que hace de basuko de estos pueblos donde el sentido común siempre ha resultado el menos común de los sentidos humanos.