lunes, noviembre 28, 2005

Hábeas Plata

Se cuenta la historia de un peregrino germano medieval que, como todo creyente, soñaba con visitar la ciudad santa de Roma. Y al final de un largo y tortuoso viaje de fe aquel peregrino, desencantado, derrotado por la realidad non santa, exclamó en las escalinatas de la Iglesia de Pedro: “¡Roma veduta, fede perduta!” (¡Roma vista, fe perdida!). ¿Acaso este cristiano sencillo en algún momento de su piadosa existencia se pudo imaginar a Roma como una ciudad llena de sitios prohibidos, opulenta, amurallada, con disciplina autocrática e intolerante a las ideas? ¡Y es que sólo así —de lejos, amurallada, autocrática— Roma (ahora el Vaticano) fue y puede seguir siendo una ciudad santa, luminosa, para millones de católicos que, como el peregrino de esta historia, ignoran que en la Casa de Pedro no hay quien practique lo que allí se predica desde tiempos inmemoriales.

Este sentimiento de traición doctrinal/existencial experimentado por el peregrino católico (el síndrome del peregrino o el nocaut de la fe) lo experimentamos cotidianamente millones de seres humanos cuando descubrimos que nuestras sacras instituciones —políticas, religiosas, judiciales—constituyen la antítesis de los propios ideales que éstas preconizan. Porque doloroso es reconocer que, casi sin excepciones, las instituciones humanas deben su existencia a la hipocresía, a la mentira y a la manipulación sistemática de la conciencia de las masas. ¡Y digo esto porque, parafraseando la exclamación derrotista “¡Roma veduta, fede perduta!” del peregrino germano, bien pudiéramos los panameños resumir y apostrofar nuestras miserias judiciales con la frase: “¡Corte veduta, fede perduta!” (¡Corte vista, fe perdida!); porque quien ingenuamente recurra ante este papado judicial en busca de un milagro corre el riesgo de terminar sus días más desolado y escéptico que aquel peregrino que llevó su fe a morir en Roma.

La Ley de Transparencia le otorga a la CSJ la facultad de conocer de los Hábeas Datas que se promuevan en contra de funcionarios públicos con jurisdicción nacional; los Tribunales Superiores hacen lo propio cuando éstos la tengan en una o dos provincias. Un Hábeas Data es un escrito simple, sumario, que no necesita abogado, y que consta de una página y de una prueba en otra página (donde se consigne en qué fecha, hora y lugar se presentó la solicitud de acceso a la información). ¡Eso es todo lo que requiere un Hábeas Data! ¡Hasta un lego puede determinar si éste es o no admisible con base a este procedimiento tan simplificado! Pero la fe en la justicia se me evapora segundo a segundo viendo cómo la CSJ se tranca maliciosamente para tramitar o conceder un Hábeas Data si el recurrido es un mono gordo de este gobierno que, bueno es recordarlo, nos sedujo con sus promesas de cero corrupción, transparencia y otras yerbas moralizantes.

Si observamos, inter alia, el magro interés de la CSJ para resolver los Hábeas Datas, ¿cómo podría evitarse que se generalice la convicción de que ésta, la CSJ, es la Roma de los hombres y mujeres sedientos de justicia? ¿Que es como una ínsula procelosa donde encallan y se trituran las naves de los marinos inhábiles (con sus barquitos de papel) y que es, simultáneamente, la ensenada plácida, la telaraña rota, que cruzan seguros los bichos grandes, transgresores de la ley, saqueadores de la cosa pública y privada y beneficiarios tácitos de las acciones y omisiones de este papado judicial que dilata, hasta la saciedad, con pretextos risibles, estas acciones que se promueven para evitar que algunos funcionarios, por acción u omisión, terminen de saquear, destruir o enajenar bienes de dominio público? ¿De cero a cerro va la corrupción en este fementido reino de transparencias y farsas infinitas donde sólo los procesos de quienes roban gallinas se tramitan en forma expedita?

¡Está en reparto! ¡Está para admitir! ¡Está en lectura! ¡Llame después de la Semana Santa! ¡La magistrada está de viaje! ¡La acción no fue concedida porque en su descargo el funcionario afirma que lo que usted afirma no se afirma! Y así resulta que a esta acción sumaria, de dos páginas, que hasta un lego puede valorar, que está destinada a promover una supuesta transparencia de la gestión pública, se le da el mismo trámite de los otros negocios ordinarios de la gente también ordinaria (cosa que no sucede con los casos de la gente extraordinaria, adinerada, bendecida del sistema) de manera que pasan dos, cuatro, seis meses y el funcionario recurrido muerto de la risa o preparándose para cometer una nueva fechoría.

Y así, omisión tras omisión, bochorno tras bochorno, la justicia panameña ha venido convirtiéndose en una entelequia muerta, en una comedia bufa, que en forma incesante legitima este canalla sistema de corrupción e iniquidades públicas y privadas que prevale en el país del canal; este burlesco, clasista y fútil papado que hoy ejerce la CSJ dio lugar a que hace unos veintiséis siglos atrás Solón de Atenas (640-558 a.n.e.), indignado por las falacias de la justicia de su época, como lo estoy yo ahora, exclamara que “las leyes son semejantes a las telas de araña; detienen a lo débil y ligero y son deshechas por lo fuerte y poderoso”. ¡La justicia agoniza y sus sacerdotes, para curarla de su ostereoporosis, la ponen a saltar!