lunes, noviembre 28, 2005

¡Alabado sea Judas!

Si los textos bíblicos tienen algún valor probatorio también han de tener este mismo valor desaprobatorio en los alegatos en contra de su propia fiabilidad o autenticidad. Es un axioma simple e irrebatible. Sin embargo, el fanatismo religioso sólo lo acepta parcialmente (la parte que le conviene) porque se cree que la Biblia es un conjunto de verdades eternas (escritas en piedras), de hechos ciertos, y que nunca estas “verdades eternas” han sido objeto de manipulaciones intencionales de la voluntad humana. Pero todo esto está alejado de la realidad de los hechos y también de la realidad contradictoria de los mismos textos bíblicos.

Misteriosamente, desde esta perspectiva, dios —pudiendo estampar su voluntad escrita en alguna lengua noble o en algún material más dócil— prefirió hacerlo en tablillas de piedra de trueno y utilizando la lengua de un pueblo de parias esclavizado, humillado y despreciado por las grandes civilizaciones de aquellos tiempos inmemoriales. Esto resulta bastante ilógico. Si, como sostiene el dogma religioso, heredamos en nuestros cromosomas el “pecado original”, ¿por qué no se pudo utilizar el mismo método para transmitirnos la “redención original” o este decálogo teogónico que todo mundo cita pero que nadie respeta o practica? Ah, ¿sería acaso que el omnipresente no se dio cuenta con qué materiales nos estaba haciendo o que algún día se iban a inventar los microchips o la nanotecnología? ¡Esto también me parece improbable!

En muchas ocasiones he dicho, irritando a la turba letrada o iletrada, que la historia —laica o religiosa— es un saco de mentiras y de tuercas rotas. Una colosal estafa. Una montaña de basura pestilente que los hombres de todas las generaciones van dejando a su paso para justificar sus ambiciones, errores, cobardías e inmoralidades. La historia es como una rosa puesta en el tronco sangrante de un hombre recién decapitado o como un alegato eterno a favor de la perversidad humana. Pero aun así, son muchos los que siguen empeñados en defender la objetividad de la historia o la veracidad de las leyendas que preconizan “verdades eternas” o la supuesta superioridad de pueblos inferiores que para su propio beneficio han venido reciclando en forma incesante —con la complicidad de millones de personas— sus propias mentiras ancestrales que hoy constituyen el corpus de las llamadas religiones universales.

Al principio, el pueblo de Israel, ansioso de su liberación, se aprovechó de todos los mitos y leyendas antiguas para proveerse de un “salvador” y de una doctrina de salvación. Esto está bien. Lo que está mal, muy mal, es que los llamados católicos o cristianos no entiendan o no les interese entender el contexto en que surge y evoluciona esta fe que hoy abrazan de la misma manera en que un borracho, a punto de desplomarse, se abraza de un poste de luz o entra insultando o pidiendo comida a una casa que no es la suya. Los judíos habían tenido muchos mesías. Pero ninguno fue capaz de liberarlos de la dominación extranjera y de la humillación. Esto se explica porque todos habían querido liberarse de esa dominación extrajera a punto de discursos, ayunos y oraciones que lo único que hacían era acentuar la dominación y la humillación del pueblo de Israel.

Entonces resulta muy dudoso que el Mesías, el Salvador, el Redentor, viniera a este mundo a enfrentarse a los enemigos de Israel únicamente a punto de discursos y parábolas ininteligibles. Esta noción es posterior y ajena a la realidad de los hechos. Lo cierto es que Jesús y sus apóstoles pertenecieron a una belicosa célula guerrillera, conspirativa, como lo han sido, por ejemplo, el Ejército Rojo, el IRA, ETA o cualquier otro grupo radical independista o revolucionario. Y para que no haya dudas, a su dios lo bautizaron como Jehová, palabra que se traduce como el señor de los navíos o rey de los ejércitos que desde el cielo vino a comandar la lucha independista del pueblo de Israel.

Si dios mismo vomita fuego o petrifica a sus adversarios, poco probable es que sus seguidores hayan sido pacifistas o alienados sumisos. Esto también es posterior. Lo cierto es que antes de Jesús y después de su muerte existió una cofradía combativa y belicosa que se propuso como meta liberar al pueblo de Israel de la opresión. Primero reactivando las ideas mesiánicas. Después, haciendo que el Mesías entrara en la convulsa escena política de la época. Había una especie de DAPI (Departamento de Agitación, Propaganda e Ideología) que minaba los cimientos de la legitimidad de la dominación romana. Pero esto no significa que se tratara de una simple conspiración de las palabras.

Jesús y sus apóstoles eran celotes o guerrilleros y no perdían oportunidad de organizar actos “terroristas” o de emboscar a los romanos y traidores y pasarlos por el cuchillo. Había una efervescencia propia de la lucha de clases que germina en los cerebros de los patriotas de los pueblos subyugados por el colonialismo o por las clases parasitarias. Por increíble que parezca, las grandes ausentes de las leyendas bíblicas, las mujeres, eran las más activas y leales de este mini ejército de osados patriotas que arriesgaba su vida y su seguridad personal a favor de esta noble causa. Las mujeres aprendieron a usar el cuchillo y también a seducir a los invasores para envenenarlos en la cama. Con harta frecuencia, Jesús delegaba funciones realmente delicadas en estas leales, nobles y combativas mujeres. Pero curiosamente los apóstoles son doce (Pedro, Juan, Santiago el mayor, Santiago el menor, Judas Iscariote, Judas Tadeo, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás y Simón) y todos hombres, machos, varones. Y las mujeres sólo aparecen en estas historias lavando pies o reclinando al buen Jesús sobre sus senos turgentes. ¿Se han preguntando ustedes quién o quiénes son los autores de este estereotipo, de esta infamia machista, que tan alejada está de la realidad?

Jesús fue feminista en el amplio sentido de la palabra porque siempre favoreció a las mujeres y nunca hizo estas estúpidas distinciones sexuales que tan frecuentes son en nuestro medio. El más grande feminista que ha conocido la humanidad se hizo famoso en situaciones realmente críticas como cuando la turba le recriminaba que fuera indulgente o compresivo con una ramera. Y éste, que los conocía bien, les dijo: “El que esté libre de pecados (el que sea más digno que esta puta), que tire la primera piedra”. ¿Y cuántas piedras creen ustedes que cayeron? Se dice también que después de resucitado, en vez de aparecérsele a los sacerdotes o a cualquier otro impoluto, Jesús volvió a conceder este privilegio a otra ramera. ¿Qué nos dice esto? ¿Que la más humilde e insignificante de las rameras siempre fue más digna y más confiable que cualquiera de los entorchados sacerdotes de la época? ¡Contesten ustedes esta pregunta!

Pero no crean que las mujeres son las únicas y grandes víctimas de aquella cofradía revolucionaria que se propuso dar “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. La más grande víctima de esta conspiración diabólica ha resultado el más noble, leal y doctrinario de todos los cristianos: Judas Iscariote. ¡Alabado sea Judas y quemados con leña verde todos sus cobardes detractores!

Aquí, mientras escribo estas líneas, hago un alto para secarme las lágrimas y para reiterarme en mi convicción de que la historia está hecha con basura y que la basura es la ideología que se halla depositada en los cerebros de millones de personas letradas o iletradas. Si lo que se cuenta en las historias laicas o no laicas —como la imagen esclerótica de un Jesús pacifista, misógino o traicionado en la cruz— fuera verdad, ¿cómo podríamos creer que los imperios, el clero, las clases dominantes y los corruptos de toda laya van a ser creyentes y defensores gratuitos de esta doctrina de machismo, sumisión y de beneficio para los pobres y descamisados? ¿Querrán el Papa o míster Bush que los pobres del mundo, después de la muerte, vayan a permanecer eternamente a su lado cuando en este mundo transitorio no han podido soportarnos? ¡Esta idea también me parece extraña!

Sólo los que se dedican a creer sin leer la Biblia podrán pensar que esta es palabra de piedra que nadie puede alterar. Comienzo mi alegato a favor de Judas Iscariote citando dos pasajes que nos narran su muerte. Hechos 1:16-20 dice: “Varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús, y era contado con nosotros, y tenía parte en este ministerio. Éste, pues, con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron. Y fue notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de tal manera que aquel campo se llama en su propia lengua, Acéldama, que quiere decir, Campo de Sangre. Porque está escrito en el libro de los Salmos: Sea hecha desierta su habitación, y no haya quien more en ella; y: Tome otro su oficio”. Aquí dice que Judas “cayó de cabeza, se destapó y sus sesos quedaron esparcidos por doquier”. Palabra de dios. Pero en Mateo 27:3-10 se lee otra versión: “Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: ‘Yo he pecado entregando sangre inocente’. Mas ellos dijeron: ‘¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!’ Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de Sangre. Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel; y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor”. Así de sencillo: Judas se ahorcó. No hubo clavado de cabeza ni sesos regados. Higiénicamente, se ahorcó.

La Biblia es toda una sarta de contradicciones, tema que tan brillantemente ha estudiado James George Frazer en la Rama Dorada y específicamente en el volumen dedicado al Folclor en el Antiguo Testamento. Ahora sólo quiero poner de relieve un hecho trivial: ¿Judas se ahorcó higiénicamente o murió con la cabeza destapada y los sesos regados? Para los efectos prácticos es igual: lo importante es que murió porque para un hombre tan traidor y desleal, tan sacrílego, cualquier forma de muerte es poca. Así razonan hasta los catedráticos universitarios de filosofía. Pero esto no es ni razonamiento ni filosofía sino el reflejo de los pensamientos y conductas condicionadas que tan oportunamente descubrió Iván Petrovich Pavlov estudiando cómo, por la vía de los estímulos intencionales, se comportan los perros y no perros en cautiverio.

Y nuestra conducta y pensamientos de perros condicionados no se da por voluntad divina sino por voluntad deliberada de la jerarquía clerical y de las clases dominantes —¿acaso el más alto logro teórico del liberalismo y de las revoluciones democráticas burguesas no fue la separación del estado de la iglesia?— que a través de la historia han buscado —a través de medios violentos y no violentos— crear una especie de “pensamiento oficial” para toda la humanidad. Es una mera invención aquel consejo que se atribuye a Jesús que sostiene que cuando a uno le dan una cachetada en una mejilla debe poner la otra para que también se la cacheteen. Esta doctrina de sumisión es ajena al cristianismo original. Lo cierto es que antes que un invasor o un miembro de la casta sacerdotal abofeteara el cachete de un celote éste salía a cortarle el suyo para dejarlo con los dientes afuera.

Para sustanciar esta afirmación voy a citar algunos pasajes de la Biblia. La iglesia, como sabemos, ha tratado de presentar a Jesús como un pacifista tonto y sumiso. Pero en Mateo 10:34 se lee: “No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada”. En Lucas 22:36: “Y el que no tenga espada, venda su manto y cómprese una”. Sabemos también que los teólogos cristianos se han pasado siglos tratando de explicar que estas son metáforas. “Pero es mucho más probable —sostiene un estudioso laico de este tema—que sean los restos de la idea primitiva, que los primeros evangelistas no pudieron expurgar a tiempo”. Y como refuerzo de lo ya dicho otra perla que se narra en Juan 2:15: “Haciendo de cuerdas un azote, los arrojó a todos del Templo, con las ovejas y los bueyes: derramó el dinero de los cambistas y derribó las mesas”. “La violencia era, entonces, una de las formas de apresurar la llegada del Reino de los Cielos. Y, sobre todo, el sacrificio. El sacrificio siempre ha sido una pieza básica de la tradición judeo-cristiana y, de ahí, pasó a serlo en la tradición militante” de los miembros de la cofradía a la que perteneció Jesús.

Con Jesús y sus militantes ultranacionalistas sucedió lo mismo que ha sucedido a través de la historia con todo hombre de ideas: el calvario y la desvirtuación de su doctrina liberadora. ¿Por qué sucedió esto? Porque los enemigos de Jesús no sólo eran los romanos sino también su mismo pueblo —especialmente la clase sacerdotal— que rehusaba a despojarse de sus vicios y privilegios y también a su pretendida condición de ser vocero o intermediario de la divinidad. Todos los miembros de su cofradía y también los seguidores de su doctrina estaban convencidos de que él debía “morir sacrificado para acelerar la llegada del Reino de los Cielos. Entonces había que producir ese sacrificio. Había muchas formas posibles: por alguna razón, Jesús decidió que la vía fuera la traición: “Cristo, que disponía de inagotables recursos que sólo maneja un Dios, no necesitaba de Judas. Lo eligió porque quiso”, dice Nils Runeberg en su Cristo y Judas [véase “Elogio de la traición” de Martín Caparrós en http:www.angelfire.com/ca6/filosofo/judas.html].
“Si (para salvar a los hombres) Dios se había rebajado a ser mortal, Judas podía rebajarse a ser un delator”, sigue diciendo Runeberg. Una delación que no sirve para nada: sería, si acaso, una traición didáctica. Por momentos sospecho que Cristo quería enseñarnos la necesidad de la traición: la traición como verdadero motor de la historia. Es una idea, y sus discípulos la han aplicado mucho. La necesidad de rebajarse hasta la abyección, el verdadero renunciamiento: no a la vida, que es fácil, sino al honor, a la propia memoria, al juicio de la historia”.

En aquella época los seguidores de Jesús no se contaban por millones, como ahora, porque en el seno de las masas abundan los traidores, los acomodados y los cobardes. Su grupo era minoritario y desconfiado. Por eso se reunían secretamente. Por eso fue un grupo cerrado. Jesús siempre fue objeto de burlas, incomprensiones y humillaciones. Pero había entre sus discípulos un hombre excepcional, leal y cuchillero que se llamaba Judas Iscariote. ¡Alabado sea Judas! “Él fue el cristiano verdadero, el que llevó la lógica del sacrificio hasta el fondo del fondo”. No ha habido sobre la tierra un hombre de catadura moral, doctrinal y amical de Judas. Judas el guarda espalda de Jesús. Judas severo y consecuente como el voto de pobreza y de justicia para todos los descamisados de la tierra.

Cuando el mismo Jesús se dejaba abatir por las debilidades humanas, Judas lo interpelaba como se lee en un revelador pasaje que se ha escapado a la censura conciliar. Se cuenta que faltaban seis días para que se celebrara la Pascua cuando Jesús y que los apóstoles llegaron a Betania, cerca de Jerusalén, y allí se alojaron. La anfitriona, Marta, les dio la bienvenida y preparó una gran cena en honor al Mesías. “Entonces, María fue hacia Jesús con una jarra de alabastro que contenía perfume de nardo. Rompió la jarra, vertió el perfume sobre los pies de Jesús y se los secó con su pelo. Pronto la casa se vio invadida por el dulce aroma del perfume”. Y Judas Iscariote, el doctrinario, el proletario, se sorprendió de cómo María había gastado un producto tan caro y, muy enfadado, la increpó: “¡Podrías haber vendido el perfume por un buen precio y entregar el dinero a los pobres! ¡Esto tiene el mismo valor que un año de salario de un labrador!”
Los que defienden este entuerto consumista sostienen que Jesús defendió esta acción diciendo: “¡Déjala en paz! Ha hecho algo hermoso por mí. Siempre tendrán a los pobres con ustedes, pero no siempre me tendrán a mí. Vaciando ese perfume sobre mis pies, María me prepara para el día de mi entierro. Lo que hizo será recordado por siempre”. Pero esta sí es una auténtica irreverencia porque no creo que un hombre iluminado, que sabía todo, aceptara bañarse en perfume —como lo hacen Michael Jackson y otros artistas y monarcas vanidosos— mientras que su pueblo padecía hambre y privaciones. Esta respuesta se intercaló para justificar los baños de miel y de perfumes que con el dinero de los creyentes a diario se daban y se siguen dando papas, obispos, cardenales, Cleopatra y todos los chiflados de este mundo.

Lo cierto es que Jesús y sus unidades elites no habían llegado allí a bañarse en perfumes a expensas de la miseria del pueblo. Habían llegado a cortar cachetes. Estaban hartos y frustrados de la cobardía de ese mismo pueblo que, como ahora, se aferraba a los privilegios y a las migajas que les obsequiaban los conquistadores romanos como pago de su sumisión. Sabemos que “los sacerdotes, los escribas y los ancianos, todos ellos miembros del Sanedrín —el consejo religioso judío— se habían reunido en la casa de Caifás, el sumo sacerdote. Discutían cuál era la mejor excusa para arrestar y ejecutar a Jesús, ya que temían su influencia sobre la gente. En eso estaban cuando se hizo presente una sorpresiva visita: Judas Iscariote. Había ido allí con una idea terrible: “¿Cuánto dinero me darán si les entrego a Jesús?”

Los miembros del Sanedrín se alegraron mucho y le contestaron: “Te damos treinta piezas de plata”. ”Judas estuvo de acuerdo y Caifás hizo caer una por una las treinta piezas de plata sobre la mano de Judas”. Entonces Judas volvió al lado del Maestro y no se le separó esperando el momento de entregarlo al Sanedrín. No era una traición. Eran un plan de combate. Buscaban crear una gran insurrección popular. Jesús no se presentó ante sus verdugos sumiso sino desafiante. “Por eso fue a Jerusalén en el momento de mayor afluencia de peregrinos, cuando cualquier chispa incendiaría la llanura. Pero, al cabo de un par de intervenciones públicas, los revoltosos vieron que la llanura no se incendiaba. La situación era complicada: estaban por perder una oportunidad importante. Y entonces alguien —¿Judas? ¿El propio Jesús?— decidió que la única forma de fogonear esa rebelión era entregando al jefe a los sacerdotes y a los romanos”.

Pero Jesús fue entregado y el pueblo no se rebeló. Entonces resulta que el verdadero sacrificado fue Judas: no sólo porque entregó en vano a su más querido camarada sino también porque sirvió de chivo expiatorio a todos esos contemporáneos suyos que se mostraron sumisos, cobardes e incapaces de sublevarse contra el Sanedrín y el imperio romano.

Judas representaba la máxima expresión del heroísmo libertario. Pero como su insurrección no fue apoyada, la minoría disidente fue aplastada y en el año 70, con la destrucción del templo, se dio inicio a la diáspora del pueblo de Israel. Había que invertir la historia y el ejemplo de aquellos valerosos e irreverentes hombres y mujeres que habían desafiado el poder de Roma y del Sanedrín. Había que inventar una historia para desprestigiar a Cristo y a sus unidades elites y también para justificar —como siempre sucede— aquella mayúscula cobardía de no sublevarse masivamente en contra los conquistadores romanos. Empezó aquí la infamia de presentar a Judas como el único responsable de la muerte de Jesús. Empezó aquí la satanización de una justa lucha patriótica y de redención de los humildes que constituyó la esencia del apostolado cristiano.
Este trabajito sucio lo inició un gran traidor, el auténtico Judas del cristianismo, que todos conocemos como Pablo, Pablo el Reformista, que por instrucciones del Sanedrín y de los emperadores romanos abrió las puertas de esta cofradía guerrera a los no judíos. Y fue él, sobre todo, quién trató de despojarla de cualquier contenido político y belicoso. Hasta entonces, como ya he dicho, el cristianismo era un movimiento de fuerte crítica social que anunciaba que los ricos y los poderosos del mundo serían castigados. Pero si el Imperio Romano era imbatible había que evitar el enfrentamiento y centrarse en otro territorio: el del espíritu. Pablo, el seudo héroe de la cristiandad, sacó al cristianismo de la órbita de Israel y de cualquier disputa terrena; a partir de ahí, su reino realmente no fue de este mundo. Fue este gran traidor el que puso en boca de Jesús esta gran blasfemia: “Mi reino no es de este mundo”.

¿En qué cabeza puede caber que los romanos iban a adoptar como religión del imperio una ideología que los combatía sin cuartel? “Pablo fue el que convirtió al cristianismo en lo que había sido y, así, consiguió que fuera lo que después fue: la religión del Imperio. Pablo fue, digamos, el pragmático, [...] de aquel movimiento: el súper traidor exitoso, el entregador, que consigue que su acto se recuerde como sutileza, genialidad, iluminación. A partir de Pablo, la historia del cristianismo tuvo que ser reescrita, para concordar con ese nuevo presente. Y entonces, en esa nueva historia, la acción de Judas quedó convertida para siempre en la traición terrible, inexplicable que ahora se nos cuenta”. ¡Alabado sea Judas mártir y héroe auténtico de la cristiandad!

Este trabajo infame de Pablo fue perfeccionado por el papado a través de los concilios ecuménicos donde a la Biblia se le puso y se le quitó lo que a estos verdaderos Judas les vino en gana: Concilio de Nicea (325); Concilio Primero de Constantinopla (381); Concilio de Éfeso (431); Concilio de Calcedonia (451); Concilio Segundo de Constantinopla (553); Concilio Tercero de Constantinopla (680-681); Concilio Segundo de Nicea (787) ; Concilio Cuarto de Constantinopla (869); Concilio Primero de Letrán (1123-1124); Concilio Segundo de Letrán (1139); Concilio Tercero de Letrán (1179); Concilio Cuarto de Letrán (1215); Concilio Primero de Lyon (1245); Concilio Segundo de Lyon (1274); Concilio de Viena (1311-1312); Concilio de Costanza (1417); Concilio de Florencia (1431); Concilio Quinto de Letrán (1512); Concilio de Trento (1545-1563); Concilio Vaticano Primero (1869) y Concilio Vaticano Segundo (1962-1965).

¡Satanizaron a Judas! ¡Satanizaron a las mujeres! ¡Satanizaron la lucha antiimperialista! ¡Satanizaron la lucha por la justicia social y la trasladaron al espacio etéreo de un cielo inexistente! ¡Expurgaron evangelios! ¡Inventaron evangelios! ¡Instauraron el culto a las imágenes! ¡Proclamaron la virginidad de María! ¡Inventaron fechas! ¡Ordenaron guerras santas! ¡Crearon instituciones de terror —como La Santa Inquisición— para quemar a los herejes y pensadores que pusieran en duda toda esta sarta de mentiras con las que se ha venido idiotizando a la humanidad! ¡Crearon instituciones educativas donde se enseñaba y se sigue enseñando mentiras o leyendas fabricadas deliberadamente para desprestigiar a Judas y para canonizar a los cobardes y traidores al auténtico apostolado de la cofradía guerrera que se enfrentó hasta las últimas consecuencias a los romanos, a los sacerdotes y a los estúpidos que sumisamente se allanaban a las iniquidades de las clases dominantes! ¡Son instituciones medievales donde forman y se forman educadores incultos que sólo fomentan supersticiones que nada tienen que ver como los hechos históricos ni con las reales necesidades materiales y espirituales de los pueblos!

Hasta el diccionario de la Real Academia Española (RAE), obra de supuestos eruditos, se refiere a Judas como el alevoso traidor que vendió a Jesús a los judíos y como sinónimo de alevoso y traidor. También como muñeco de paja que en algunas partes se pone en la calle durante la Semana Santa para después quemarlo como desagravio a Jesús. Judas es sinónimo universal de la infamia. De la traición. El antihéroe. Y lo más risible de todo esto es que durante la sanguinaria dictadura franquista el mismo generalísimo Francisco Franco ponía su Judas de paja frente a su palacio y con sus propias manos le prendía fuego. ¿Y qué no decir de Bush y de todos los sátrapas y criminales que ha conocido la historia?

José Martín, el apóstol de la libertad de nuestra América morena, escribió: “como el budín sobre la budinera, el hombre queda amoldado sobre el libro o maestro enérgico con que le puso en contacto el azar o la moda de su tiempo; las escuelas filosóficas, religiosas o literarias, encogullan a los hombres, como el lacayo a la librea; los hombres se dejan marcar, como los caballos y los toros, y van por el mundo ostentando su hierro”. Con esto quiero decir que entiendo y acepto que quien quiera me llame “el Judas de la profesión” [de abogados], ateo o lo que le venga en gana. Me declaro como un hombre de ideas y nadie me va a quitar el sueño endilgándome motes o zarandeando espantajos. Las ideas se combaten con ideas y no soy yo el que se va atrincherar en las supersticiones o en el pensamiento arcaico para ganarse el aplauso de las masas. A las masas hay que educarlas y liberarlas para que en el momento oportuno no permitan, como ahora ha sucedido, que el héroe sea el antihéroe y que los verdugos de la fe, la libertad y la justicia se constituyan en los prohombres, los avatares, los filósofos y los señores de nuestra época en donde la dignidad humana languidece segundo a segundo.

¡Alabado sea Judas, patriota y mártir de hipocresía, la ignorancia y la cobardía de la especie humana —la misma especie por cual se inmoló— que permitió que Jesús fuera a la cruz confiado de que su sacrificio iba a provocar una gran insurrección en contra del Sanedrín y de los opresores romanos! Por eso Jesús le dijo al buen Judas: “Lo que vas a hacer, hazlo rápido; lo hago por ti y por todas estas dignas putas que me siguen”. ¡Alabado sea Judas! ¡Dichoso yo cuando alguien quiere ofenderme y me compara con el único héroe digno de Jesús y digno de que yo asuma su defensa cuando desde hace dos mil años los hipócritas y farsantes de toda laya se han dedicado a empañar su buen nombre y fama para complacer a los corruptos y opresores de los pueblos!