domingo, diciembre 25, 2005

Diputados Discapacitados

Los cinco requisitos que exige la Constitución Política (panameño por nacimiento o naturalización, ciudadano en ejercicio, no haber sido condenado con pena mínima de cinco años y residir en el circuito por los menos un años antes de la elección) son totalmente insuficientes para garantizar que los miembros de la Asamblea de Diputados estén en capacidad de generar leyes que manera deliberada, conciente, respondan a los intereses materiales y espirituales de la sociedad y del resto de la maltrecha humanidad.

El poder público —dice el Art. 2 de la CP— sólo emana del pueblo. Lo ejerce, por delegación y en armónica colaboración, el estado a través del Ejecutivo, Legislativo o Judicial. Pero en la actualidad no existe entre estos órganos del estado una solidaria colaboración en beneficio de la colectividad sino una armónica complicidad para que por encima de la Constitución y de la Ley prevalezcan los intereses egoístas de una minoría a la cual sirve incondicionalmente este gobierno (a través de una maraña de sociedades anónimas con la que altos dignatarios públicos se encubren, licitan con el mismo estado y que incluso hace aprobar leyes para desvalijar al propio estado).

El actual legislativo, mutatis mutandi, es el más inepto y sumiso de que se tenga noticias en la era republicana. Pero adicionalmente, es el más hipócrita y humillante para los entes pensantes; incapaz de cumplir con honestidad e independencia su propia misión legislativa, de curarse sus propias llagas morales, de servir de contrapeso a los excesos de un Ejecutivo arbitrario y plutocrático, ahora pretende violar la libertad de culto y de pensamiento de los panameños aprobando una estrambótica ley para que forzosamente se dedique un mes a la Biblia, como si el problema de la Asamblea y del resto de la población esté originado por falta de fe y no por la corrupción y las intransparencias que prohíjan con sus acciones y omisiones los miembros de estos empecatados órganos de gobierno.

La actual asamblea de diputados —del gobierno o de la oposición— es un templo donde se le rinde homenaje a la barbarie, a la mezquindad, al acatamiento remunerado y donde, como escribió Henry D. Thoreau, en su ensayo Desobediencia Civil (1849), “tras el primer rubor del pecado llega la indiferencia; y de inmoral se convierte, por así decirlo, en amoral, y no poco necesario para la vida que nos hemos organizado”; todo porque estos despistados diputados no entienden o quieren entender que su primera obligación, en cualquier circunstancia, es no prestarse para cometer los mismos males que demagógicamente tienden a condenar (como la falta de valores que se pretende subsanar haciendo que la Biblia sea de lectura obligatoria durante un mes) o que también se generan cuando por encargo se aprueban leyes que lesionan física y emocionalmente la majestad de la nación y de sus habitantes.

La discapacidad de los diputados es de vieja data. En el precitado ensayo (1849), Thoreau escribió: “En América no ha surgido ni un solo hombre con genio para la legislación. Son escasos en la historia universal. Oradores, políticos y hombres elocuentes, los hay a miles; pero todavía no ha abierto la boca para hablar el orador capaz de dirimir las muy vejadas cuestiones de hoy. Amamos la elocuencia por sí misma, no por la verdad que pueda pronunciar ni por el heroísmo que pueda inspirar. Nuestros legisladores no han aprendido aún el valor relativo que para una nación tienen el libre comercio y la libertad, la unión y la rectitud. Carecen de genio y de talento para cuestiones relativamente sencillas de fiscalía y finanzas, comercio, manufacturas o agricultura. Si para guiarnos nos abandonásemos únicamente al verboso ingenio de los legisladores del Congreso, sin que su juicio se corrigiera por la oportuna experiencia y las quejas efectivas del pueblo, América no mantendría por mucho tiempo su posición entre las naciones. Quizá yo no tenga derecho a decirlo, pero hace ya dieciocho siglos que se escribió el Nuevo Testamento; y ¿dónde está el legislador con la suficiente prudencia y talento práctico necesarios para beneficiarse de la luz que arroja sobre la ciencia de la legislación?”

Y son estos mismos diputados panameños, sin prudencia ni talento, que han protagonizado toda clase de bochornos (políticos, legales, morales y familiares) y que por encargo del Ejecutivo han aprobado y siguen aprobando un sinnúmero de leyes barbarizas violatorias del derecho internacional (ley de caza) y del derecho público doméstico (verbigracia: la ley que impulsa el mismo gobierno para que sus allegados legalicen la destrucción, ocupación y venta de bienes de uso público como playas, islas y manglares) los que vienen ahora a hacer este show barato de moralidad, queriendo convertir esta maltrecha democracia es una nauseabunda teocracia para justificar su propia inmoralidad e incapacidad.

Por decir estas cosas y también por negarse a pagar impuestos a la iglesia o para sufragar la agresión a México, Thoreau fue varias veces encarcelado. Pero éste retrató de la siguiente manera la hipocresía de quienes en su época hacían estas leyes apocalípticas: “Aquéllos que no conocen fuentes más puras de verdad, quienes no han rastreado su curso a más altura, están —y están prudentemente— con la Biblia y con la Constitución, y beben de ellas con reverencia y humildad; pero aquéllos que contemplan de dónde gotea el agua a este lago o a ese estanque, se ciñen los lomos una vez más y continúan su peregrinación hacia el manantial”.