jueves, diciembre 29, 2005

La reventa del Istmo

La historia de la humanidad discurre en términos contradictorios: conquista y reconquista, ilustración y desilustración, rebeldes y malinches, héroes y villanos, estadistas y vendepatrias, avances y retrocesos, justicias e injusticias y de clase y desclase. El hombre es, por así decirlo, el único animal que se considera exitoso cuando abate a su misma especie o cuando revive para infortunio de su clase humillaciones o injusticias que florecían, como moneda de curso forzoso, en épocas barbarizas y remotas. La afirmación de que el hombre es un animal político constituye una ofensa a los animales: el hombre es el único ser que llama política a sus propios crímenes, incluso cuando perpetra dichos crímenes en perjuicio de su país o del legado material/espiritual de sus antepasados.

Los entes pensantes nunca han dejado de asquearse enseñando historia porque la historia es armadura inmutable de toda clase de mentiras e injusticias (historiadore, ¡traidore!). Y las fronteras que caminan o que aparecen o desaparecen son un buen ejemplo de ello. Omar Torrijos, en una época de moralidad incipiente, nos arrastró a una lucha nacionalista que alcanzó su cenit en la demolición de la “quinta frontera” y la expulsión de los ocupantes sajones de la ex Zona del Canal. “Yo no quiero entrar en la historia; yo quiero entrar a la Zona del Canal”. Y se estableció allí su última morada. Pero no hay maneras de saber si para el general Torrijos constituye un reconocimiento o una ofensa que sus restos descansen en el mismo lugar donde alguna vez advirtiera que nada ganábamos los panameños cambiando a un amo blanco por otro chocolate o donde actualmente sus herederos políticos se dedican a levantar los símbolos de la opresión o a vender/destruir aquellos emblemas (como el cerro Ancón) de nuestras luchas nacionalistas para involucionar la historia patria hacia una nueva reventa o colonización del país.

Se sabe que toda colonización o conquista se apoya en pretextos. Pero los pretextos nada tienen que ver con la realidad. Para entender un pretexto, a nivel nacional o internacional, inviértase el contenido de dicho pretexto. Cuando se hable de transparencia, entiéndase corrupción; Consejo de Indias cuando se diga justicia; seguridad jurídica como protección de actos ilícitos. Pero sobre todo, cuando este gobierno hable —hace rato que lo está haciendo— de desarrollo económico, inversiones turísticas o de generar fuentes de trabajo esto no puede significar otra cosa que las fronteras han desparecido, que el país ha sido reconquistado y que está revendido a sus viejos dueños para que en menos de lo que se persigne un ñato los panameños volvamos a convertirnos en parias en nuestra propia tierra porque todos los bienes del país, públicos o privados, están disponibles para que los adquiera, plata en mano, el mejor postor.

En nombre del progreso, los habitantes nativos de la isla de Manhattan vendieron esta posesión a los holandeses por el equivalente a veinte dólares en chucherías; hoy sus descendientes escarban en los vertederos de las grandes metrópolis buscando, sin éxito, los tesoros prometidos. Y como la conquista de una nación por otra nación o el sometimiento de unos hombres por otros hombres es un fenómeno ininterrumpido, imposible sin la complicidad doméstica, hoy día observamos angustiados que Panamá se halla asediada por aquellas circunstancias vergonzosas e ilusorias que hicieron posible que los indígenas americanos, en nombre del progreso, terminaran convertidos en parias en sus propios territorios.

El problema es que nadie dice vengo a matarte o vengo a robarte. Todos dicen: vengo a ayudarte o vengo a salvarte (del terrorismo, la pobreza o de lo que sea). Con el pretexto del libre comercio, promocionar el turismo o de generar fuentes de empleo, el actual gobierno ha derribado las fronteras nacionales y ha convertido al país en un tarta apetecida para los turistas extranjeros, los capitales del narcotráfico y básicamente para los megaproyectos (como la ampliación del canal) que impulsan nacionales y extranjeros para seguir lucrando egoístamente la posición geográfica del país. En síntesis: una vulgar reventa del Istmo.

El arzobispo sudafricano Desmond Tutu describió con la siguiente parábola este mismo fenómeno: "Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: 'Cierren los ojos y recen'. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia". Parafraseando a Tutu, nuestros hijos podrían resumir así los efectos del actual desarrollo malinchista promovido por patria nueva: "Vinieron. Ellos tenían la plata y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: 'Cierren los ojos y vendan'. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros no teníamos ni plata ni tierra ni esperanza ni nada”.

domingo, diciembre 25, 2005

Diputados Discapacitados

Los cinco requisitos que exige la Constitución Política (panameño por nacimiento o naturalización, ciudadano en ejercicio, no haber sido condenado con pena mínima de cinco años y residir en el circuito por los menos un años antes de la elección) son totalmente insuficientes para garantizar que los miembros de la Asamblea de Diputados estén en capacidad de generar leyes que manera deliberada, conciente, respondan a los intereses materiales y espirituales de la sociedad y del resto de la maltrecha humanidad.

El poder público —dice el Art. 2 de la CP— sólo emana del pueblo. Lo ejerce, por delegación y en armónica colaboración, el estado a través del Ejecutivo, Legislativo o Judicial. Pero en la actualidad no existe entre estos órganos del estado una solidaria colaboración en beneficio de la colectividad sino una armónica complicidad para que por encima de la Constitución y de la Ley prevalezcan los intereses egoístas de una minoría a la cual sirve incondicionalmente este gobierno (a través de una maraña de sociedades anónimas con la que altos dignatarios públicos se encubren, licitan con el mismo estado y que incluso hace aprobar leyes para desvalijar al propio estado).

El actual legislativo, mutatis mutandi, es el más inepto y sumiso de que se tenga noticias en la era republicana. Pero adicionalmente, es el más hipócrita y humillante para los entes pensantes; incapaz de cumplir con honestidad e independencia su propia misión legislativa, de curarse sus propias llagas morales, de servir de contrapeso a los excesos de un Ejecutivo arbitrario y plutocrático, ahora pretende violar la libertad de culto y de pensamiento de los panameños aprobando una estrambótica ley para que forzosamente se dedique un mes a la Biblia, como si el problema de la Asamblea y del resto de la población esté originado por falta de fe y no por la corrupción y las intransparencias que prohíjan con sus acciones y omisiones los miembros de estos empecatados órganos de gobierno.

La actual asamblea de diputados —del gobierno o de la oposición— es un templo donde se le rinde homenaje a la barbarie, a la mezquindad, al acatamiento remunerado y donde, como escribió Henry D. Thoreau, en su ensayo Desobediencia Civil (1849), “tras el primer rubor del pecado llega la indiferencia; y de inmoral se convierte, por así decirlo, en amoral, y no poco necesario para la vida que nos hemos organizado”; todo porque estos despistados diputados no entienden o quieren entender que su primera obligación, en cualquier circunstancia, es no prestarse para cometer los mismos males que demagógicamente tienden a condenar (como la falta de valores que se pretende subsanar haciendo que la Biblia sea de lectura obligatoria durante un mes) o que también se generan cuando por encargo se aprueban leyes que lesionan física y emocionalmente la majestad de la nación y de sus habitantes.

La discapacidad de los diputados es de vieja data. En el precitado ensayo (1849), Thoreau escribió: “En América no ha surgido ni un solo hombre con genio para la legislación. Son escasos en la historia universal. Oradores, políticos y hombres elocuentes, los hay a miles; pero todavía no ha abierto la boca para hablar el orador capaz de dirimir las muy vejadas cuestiones de hoy. Amamos la elocuencia por sí misma, no por la verdad que pueda pronunciar ni por el heroísmo que pueda inspirar. Nuestros legisladores no han aprendido aún el valor relativo que para una nación tienen el libre comercio y la libertad, la unión y la rectitud. Carecen de genio y de talento para cuestiones relativamente sencillas de fiscalía y finanzas, comercio, manufacturas o agricultura. Si para guiarnos nos abandonásemos únicamente al verboso ingenio de los legisladores del Congreso, sin que su juicio se corrigiera por la oportuna experiencia y las quejas efectivas del pueblo, América no mantendría por mucho tiempo su posición entre las naciones. Quizá yo no tenga derecho a decirlo, pero hace ya dieciocho siglos que se escribió el Nuevo Testamento; y ¿dónde está el legislador con la suficiente prudencia y talento práctico necesarios para beneficiarse de la luz que arroja sobre la ciencia de la legislación?”

Y son estos mismos diputados panameños, sin prudencia ni talento, que han protagonizado toda clase de bochornos (políticos, legales, morales y familiares) y que por encargo del Ejecutivo han aprobado y siguen aprobando un sinnúmero de leyes barbarizas violatorias del derecho internacional (ley de caza) y del derecho público doméstico (verbigracia: la ley que impulsa el mismo gobierno para que sus allegados legalicen la destrucción, ocupación y venta de bienes de uso público como playas, islas y manglares) los que vienen ahora a hacer este show barato de moralidad, queriendo convertir esta maltrecha democracia es una nauseabunda teocracia para justificar su propia inmoralidad e incapacidad.

Por decir estas cosas y también por negarse a pagar impuestos a la iglesia o para sufragar la agresión a México, Thoreau fue varias veces encarcelado. Pero éste retrató de la siguiente manera la hipocresía de quienes en su época hacían estas leyes apocalípticas: “Aquéllos que no conocen fuentes más puras de verdad, quienes no han rastreado su curso a más altura, están —y están prudentemente— con la Biblia y con la Constitución, y beben de ellas con reverencia y humildad; pero aquéllos que contemplan de dónde gotea el agua a este lago o a ese estanque, se ciñen los lomos una vez más y continúan su peregrinación hacia el manantial”.